La magia de Nizugan

PUBLICACION DE ABC COLOR

 

La magia de Nizugan

Por Marisol Palacios, ABC Color.

Juan Bautista Castillo —Toto para sus amigos, Nizugan para los grandes y el papá de Cachito para los niñoscumple medio siglo de vida artística, que se inició de la mano de su padre, Julio, quien le enseñó sus primeros trucos de magia.

 

/ Guido Carvallo, ABC Color.

En el rubro artístico no hay cosa que Nizugan no sepa hacer. Es actor teatral, ilusionista, ventrílocuo, cantante, compositor, poeta e hipnotizador. En ese carácter ha divertido a varias generaciones de chicos y grandes por más de cincuenta años.

El jueves 5 de julio, le rendirán un homenaje en el Salón Luis Alberto del Paraná, en Salemma Carmelitas, a partir de las 20.30. Del evento participarán el tecladista Martín González ,“el primer acompañante de Cachito”; Los Ojeda, Lucho Cardozo con su grupo y Nizugan Jr. con su magia.

La magia

Nacido en Luque, en 1937, Toto aprendió a hacer magia con su padre, Julio, y sus tíos, que eran magos aficionados, y también de dos libros: Magia, trucos y entretenimiento, de Kesellmanregalo de un amigo—, e Ilusionismo al alcance de todos, de Aldo Musarraque él había adquirido—. “Nunca decidí ser mago, crecí viendo eso en mi casa. De seis hermanoscuatro varones y dos mujeres—, el que más se prendió de la magia fui yo”. Aunque confiesa que en un principio quería ser cantante. “Yo cantaba muy bien, pero mi papá no me dejó”.

Y este no es el único homenaje que le rinden este año, dado que el ilusionista recientemente obtuvo el galardón Mi patria soñada, de la Fundación Agustín Barboza. “Este premio me emocionó mucho, porque lograr el reconocimiento de tu país es difícil y más aún después de haber pasado un año complicado debido a mis problemas de salud”, revela.

Asimismo, en diciembre, Nizugan conmemorará cincuenta años de haber participado por primera vez en un congreso de magia. “En 1962 asistí a La cabalgata del Segundo Congreso mágico internacional, en Buenos Aires. Yo había leído la información en la revista Hobby”, recuerda. Aunque no muy seguro de qué se trataba, el mago les escribió. “Después de un tiempo, me contestaron y me inscribí, ya que mi anhelo era ir”, confiesa.

Incentivado por el presidente del congreso, Nizugan fue a la capital argentina con la ilusión de conocer a los mejores magos del mundo. “Quería ir a aprender. Tenía 25 años y ya hacía tiempo que realizaba actos de magia con el nombre de Nizugan”.

Cuando llegó, el presidente dijo: “Acá viene el mejor mago del Paraguay”. Era la primera vez que un mago paraguayo asistía al congreso. “Me senté entre dos magos que me preguntaron quiénes habían sido mis maestros. Les conté que me había formado con los libros de Musarra y Kesellman. Pensando que les estaba tomando el pelo, uno de ellos se levantó y me dijo: ‘Este es Kesellman’ y el otro agregó: ‘Este es Musarra”’. El destino lo había llevado en medio de los dos escritores. Musarra también fue quien le regaló su primer libro de ventriloquía y lo introdujo “al mundo bueno de la magia”.

Nizugan clasificó entre los diez mejores magos del congreso. “Entonces le envié a mi papá un telegrama que decía: ‘De la platea pasé al escenario’. Porque debuté en el teatro Odeón, en una revista”, rememora y de la experiencia rescata que esto le sirvió para ingresar al campo internacional, porque después cada año lo invitaban a sus congresos.

En esa época, el mago comenzó a utilizar camisa de ao po’i y faja. “Así trabajaban los magos del interior. Si bien tenía esmoquin, no me dejaban usarlo porque decían que yo era diferente”, detalla.

En 1965 decidió ir a vivir en Buenos Aires para estudiar la magia en serio. Ahí conoció a José Asunción Flores, quien le habló del mba’e kuaa, el mago folclórico, que es el ilusionista mezcla de europeo con lo nuestro. “A partir de entonces hice la magia de inspiración folclórica en homenaje a mis padres”, revela.

Inquieto, más adelante, incursionó en el hipnotismo, pero pronto abandonó la práctica al notar que era el abuso de un conocimiento científico para hacer reír a la gente. “Hasta fui preso una vez porque pensaban que hacía espiritismo, pero como el comisario me conocía me dejó ir por la puerta del fondo”, recuerda. Sin embargo, en el imaginario de la gente quedó que el ilusionista había hipnotizado al comisario para que lo liberara. Al día siguiente, el comisario le hizo llamar y le preguntó lo que hacía. “Le mostré y le gustó tanto que me hizo hipnotizar a los conscriptos; les hacíamos tocar instrumentos musicales”, cuenta.

En 1966, Nizugan contrajo matrimonio y al nacer su primera hija le hizo un muñeco, Panta, como el personaje de Rafael Rojas Doria, su compadre. “Un día me pidieron que llevara al muñeco para festejar el primer cumpleaños del Diario ABC. En un principio me negué, pero tanto insistió que accedí”, recuerda.

Actuó para los niños y fue tal la novedad que le propusieron actuar con Panta en televisión, y aceptó. “La gente lo vio y me empezó a pedir, por lo que con el tiempo tuve que mejorar el muñeco”, evoca.

Como no quería que tuviera aspecto caricaturesco, Nizugan hizo la réplica de un niño de tres años con la cara de su amigo Cacho Mura. Y así nació Cachito en 1972. “Tiene 40 años y aunque con algunos accidentes es el mismo de siempre. Y sigue soltero”, afirma.

Un día, un empresario le llamó y le pidió un personaje nuevo para el programa de televisión Inda tiene corazón. “Cuando le presenté a Cachito, se entusiasmó tanto con él que debutó en el programa como Indalecio. Ahí tuve a mi primer libretista, don Mario Halley Mora”, rememora.

Entonces, el éxito de Cachito despegó como el corcho de un champán. “Con él tuve muchas experiencias muy lindas; viajamos mucho dentro y fuera del país. Cachito hasta llegó a ser padrino; el primero fue en una escuela primaria en General Elizardo Aquino. Y era una locura; tal vez porque era el primer muñeco que veían”, señala.

Nizugan no puede despegarse de la imagen de Cachito porque cuando lo ven, tanto chicos como grandes le preguntan por él. “Nunca me molestó que Cachito me anulara, porque yo me siento él. Incluso, me dice que no le diga más muñeco porque él dice que tiene corazón igual que yo”, confiesa.

Nizugan resalta que Cachito es una herramienta de ternura. “Íbamos a los hospitales, no para buscar publicidad, sino porque me hacía sentir bien. Los chicos no me miraban a , sino a él. A me gustan los chistes inocentes. Con él logro sonrisas, que duran

Otras Noticias